"¿Y tú, de qué huyes? "




¿De qué huyes? El otro día me contaba una amiga que estuvo embarcada en un navío durante meses por motivos laborales, que alguien el primer día de trabajo le pregunto: -¿Y tú, de que huyes?- a lo que ella contesto que no huía de nada.     
Está estadísticamente probado que muchas personas que eligen este tipo de trabajos quieren escapar de algo. No todas, imagino, pero coincide en muchas ocasiones. Pensé en mi misma, en mi vida y sí, en mi caso se cumple.
Me he pasado la vida huyendo. De todo, de todos. Algo cansadísimo, todo sea dicho, para no llegar a ninguna parte al final, todo seguía igual o peor.

De niña soñaba y fantaseaba con estar en un internado. Quise también ser militar, alistarme en el ejercito. Llegué a presentarme a las primeras pruebas. Lo dejé. También empecé los estudios para ser Azafata de vuelos transoceánicos para no parar en un mismo sitio, para no pensar.
Salía de noche de manera compulsiva, comía de manera compulsiva, tenía relaciones de manera compulsiva, sexo de manera compulsiva. Todo lo llevaba al límite. Aquí la cuestión. Aquí el punto interesante de este tipo de huidas. Mantener tu vida y tu mente ocupadas para no pensar, no recordar, para no descifrar ni analizar que pasó, porqué estás donde estás, el porqué de tu vida y de tu persona después de haber sufrido un hecho traumático que quizá ha marcado tu destino.  

Da miedo verlo tan claro y no te das cuenta y lo ocultas en tus propios recuerdos que no recuerdas, e inconscientemente buscas huir para no ver la dura realidad. 
Huyes de tu ciudad. Yo lo hice, me fui a vivir por un año o dos a otra capital. Muy lejos. Después volvía, con las mismas sensaciones, con los mismos miedos y con las mismas secuelas de los abusos no resueltos y a menudo con más consecuencias y experiencias nefastas propias de la supervivencia con la que tenía que lidiar. Huyes de tus "amigos", de tu poca o mucha familia, en mi caso poca, mal avenida y bastante tóxica e intrusiva, la que aún convivía y defendía al que fue mi abusador. Una familia que no ayudaba, que te hundía más aún, si cabe.   

Empiezas un curso, empiezas otro, quieres integrarte, centrarte en algo, que absorba tu tiempo, tu mente. Quieres sentirte parte de esta sociedad que te excluye, que ye ha abandonado y te abandona, de esta sociedad que te lo pone todo tan difícil después de haberte vapuleado toda tu vida. Es difícil y iene que llenarte algo mucho para ser consecuente y constante, sino, no hay nada que hacer. Tienes que ver que alguien te ayuda, que el sistema te responde, te ampara y te protege, sino, sigues sobreviviendo como puedes, física, psicológica y emocionalmente.

Es curioso como te haces adulta y sigues huyendo, de otra manera, quizás menos radical, menos traumática, pero siempre huyes un poco de alguna manera. Cierto es que ayuda el ser consciente de los abusos sexuales que sufriste, ayuda saber que tu vida, tus comportamientos, son consecuencia inequívoca en muchos casos de esa circunstancia en la que te ves envuelta, que las secuelas no son fruto de una mente trastornada o de ser un bicho raro per se. Como mínimo, un bicho ni más ni menos raro de lo que puedan serlo otras personas no abusadas sexualmente en su infancia.
 

En conclusión, a veces huir puede que no sea tan malo, puede que sea hasta reconfortante y educativo y esclarecedor. Al fin y al cabo son experiencias que vives, con situaciones nuevas y personas diferentes, que pueden salir bien o pueden salir mal, pero seguro que te enseñan algo por el camino.
Porque todo enseña... si quieres aprender de ello. Para bien o para mal.


"CADA ABUSO QUE EVITAMOS, SON MUCHAS VIDAS QUE SALVAMOS"

 Helga F Moreno