"Abusos sexuales en la infancia pueden generar ira y agresividad"



                                                                              
La agresividad, al menos en mi caso, por desgracia ha  estado presente en algunas épocas de mi vida. Y es que por algún lado tiene que salir la impotencia, el miedo, el horror que estás viviendo si no te ayudan a canalizarlo ni te ayudan a erradicar su origen. 
 
Cuando era más pequeña no mostré tanta agresividad, más bien recuerdo que al contrario, mostraba demasiada sumisión con todo el mundo. Después, a los doce años ya sí que empecé a exteriorizar mi agresividad, sobretodo conmigo misma. Me mordía las pieles de los dedos, las uñas, tenía los dedos que parecían morcillas y tarde muchos años, pero muchos, en tener unas manos dignas de mirar. Ya fue el inicio de una espiral de impotencia, rabia y odio que me acompañaría muchos años. En los años de la adolescencia, recuerdo que me golpeaba la cabeza en la pared del baño cuando el pelo no me quedaba como yo quería, cuando me salia algún grano o había discusiones en casa conmigo, es decir, a diario. También me arañaba el antebrazo hasta casi sangrar hasta el punto de tener que llevar manga larga en verano.
 
Pero ya lo peor se desencadenó cuando salí de la adolescencia y entré en el mundo adulto, con veinte, veinticinco años, cuando había alguna discusión en casa daba patadas a las puertas; estaban la mayoría agujereadas por patadas o puñetazos.  Por la calle, me enzarzaba en  discusiones enormes, incluso de llegar a las manos si alguien me miraba mal, miraba a mi pareja o creía que lo hacia. Tenía mucha rabia y odio albergado dentro de mí, pero yo ni era consciente de ello a pesar de la horrible sensación de desesperación e impotencia que sentía después. No me gustaba esa parte de mí, odiaba esa especie de monstruo en el que me convertía.
Empecé a frecuentar grupos de personas cuestionables socialmente, supongo que quería descargar mi odio y no sabía como. Amenazaba a la mínima que me recriminaban algo, discutía muchísimo sin importarme si era hombre o mujer. No tenía miedo, solo odio, solo dolor. Una vez en la oficina de correos le di una patada a  la papelera cuando el empleado me atendió mal. Tiraba lo que encontraba a mi paso si me sentía atacada o me atacaban verbalmente. Había chicas en el barrio donde vivía que cambiaban de acera cada vez que me veían. Ya me había ganado la mala mala fama en ese aspecto. Pero lo único que hubiera necesitado era un poco de comprensión y apoyo pero nadie estuvo dispuesto a dármelo. 
 
Mi familia seguían sin entender que me pasaba, seguían sin comprender el origen de mi malestar y dolor; era difícil verlo, era difícil admitirlo, cuando ni yo misma lo hacía, ni yo misma entendía que me pasaba. Me desplazaba en moto por mi ciudad y no dudaba en bajarme e insultar a otros conductores si me increpaban por algo que consideraba injusto. Pegaba muchos portazos cuando había discusiones en casa, por impotencia, por dolor, por desesperación. Portazos en la escalera, hecho que hacía salir a los vecinos a que me llamaran loca por el balcón. Yo aun me sentía mas atacada y empezaba a insultarlos. Y en ese bucle horrendo se convirtió mi vida, mi mísera existencia. Nunca hice daño a nadie, prefería tirar cosas para desahogarme y luego lloraba más de una hora de lo mal que me sentía. Me hacía daño a mi misma porque me odiaba. Odiaba a los demás, pero principalmente me odiaba a mí.
 
Al conocer a mi actual pareja y gracias a la tranquilidad que me ha ido aportando mi relación con él, esa agresividad se ha ido calmando en ese aspecto muchísimo. Pienso que no vale la pena llegar a ese punto, ya no solo por los demás, sino por mi misma. Pero en contrapartida toda esa rabia, a pesar de aprender a controlar el no exteriorizarla con terceros, se queda dentro y por un rato largo te sientes muy mal. Pienso también que ahora, a día de hoy, me he vuelto demasiado sumisa en ese aspecto y a veces debería mostrarme más firme y si alguien es mal educado o injusto conmigo decírselo y no quedarme con ese mal estar que me corroe las entrañas. Aún tengo rabia y odio acumulados, lo sé, pero he aprendido a analizar las situaciones, a canalizar mejor esas sensaciones y valorar en que guerras debo luchar y en cuales no.
 
Cuando una persona se muestra así de agresiva como yo lo era antes, no hay que olvidar plantearse que puede que tenga una historia de dolor detrás, que puede ser simplemente una llamada de atención, un grito silencioso y desesperado por su inmensa soledad, incomprensión y sufrimiento.


"CADA ABUSO QUE EVITAMOS, SON MUCHAS VIDAS QUE SALVAMOS"

 Helga F Moreno