Una postal de navidad guardada celosamente; tantas mudanzas ha sobrevivido y siempre acaba apareciendo entre mis pocas cosas, mis pocos recuerdos tangibles de la infancia, los pocos que guardo que se pueden tocar con las manos y que, inconscientemente, no quiero perder. Una postal que me escribió mi padre, cuando yo tenia unos nueve o diez años. Una postal firmada por mi padre, mi madre, mi hermano y mi hermana. Unos padres y hermanos que nunca llegaron a serlo realmente porque el roce hace el cariño y contra eso nada se puede hacer. El destino nos separó.
Pero como sucede con el tiempo la vida también corre para cada uno a un ritmo, a una intensidad distinta y más cuando la distancia se mezcla entre una familia: la distancia geográfica, la distancia emocional, el resentimiento, los abusos sexuales, los secretos, el dolor. Una postal de la que tenía que haber sido mi familia que nunca fue, la que nunca disfruté. Esa familia que se formó en mi mente como una lejana y bella estampa utópica, inalcanzable antes, inalcanzable ahora. Una hermosa postal.
Pero cierto es que ya aprendí la lección, ya me cansé de soñar con cielos azules que rozan la perfección. El cielo es el que es, con sus nubes, con su sol, sus amaneceres y atardeceres pero también con su lluvia, sus tormentas y sus rayos destructores. No siempre es aquel que nos imaginamos, ese que se forja en nuestra mente infantil y desesperada de amor, el que forja una mente que ha crecido en el abandono emocional, en la más aterradora soledad. Ya no quiero más mentiras autoimpuestas por escenas de películas, por los anuncios de la tele, por las familias felices de los cuentos. Esa familia para mí no existía, o mejor dicho, para mí nunca existió; solo era el sueño de una niña abandonada y sola.
Esa postal a la que me aferré toda una infancia, toda una adolescencia, toda una vida. Nada fue lo que debería haber sido.
Pero la vida sigue y aquí estoy, con los pies en el suelo y con mi propia familia; la que yo no tuve, de la que yo no disfruté, de la que no me dejaron disfrutar. La mía, la que yo he formado, esta no es una familia de postal, esta es una familia de verdad, autentica, real. Esta SÍ es mi familia. Y confieso que, a día de hoy, aún no puedo dejar de observar esa postal de mis padres y hermanos. Esa postal de Navidad, la postal que representó tanta esperanza y tanta decepción por una familia que nunca llegaba, por una familia que nunca llegó. Y sí, ya lo sé, es solo una postal.
"CADA ABUSO QUE EVITAMOS, SON MUCHAS VIDAS QUE SALVAMOS"
Helga F Moreno