Al separarme siendo bebé de mis padres y hermanos siempre tuve mucha obsesión con el tema de las familias. Sentaba a mi abuelo y a mi abuela en el sofá con los que estaba de acogida, yo me situaba en medio, les cogía la mano a cada uno y gritaba feliz: ¡ahora si que somos una familia!. Más que por los integrantes creo que mi felicidad radicaba en ese sentimiento de unidad que percibía.
Toda infancia, toda persona, todo ser vivo necesita sentirse arropado por un núcleo emocional de apoyo.
Cuando era niña en el colegio le decía a mi profesora que tenía que irme antes que las demás compañeras a casa ya que debía
darles de comer a mis hermanos, que no eran otros que mis muñecas. Las sentaba perfectamente alineadas en la mesa del comedor y esa sensación de plenitud familiar volvía a aparecer. Yo sabía que
tenía hermanos pero desgraciadamente al estar separados nos veíamos muy poco. Yo envidiaba a las niñas de mi clase que vivían con sus
hermanos y padres y reconozco que, aún a día de hoy, sigo envidiando a todas estas personas con grandes y amorosas familias de origen. Pero yo no cesaba en mi obsesión y recortaba personajes de revistas y así montaba mis propias familias. Tenía también una colección de tapones de corcho y les dibujaba la cara, el pelo y formaba más familias. Me sentía inmensamente feliz cuando mi tía nos vestía a todos los primos iguales y
la gente se pensaba que yo también era su hija. Mis otras primas eran rubias, al ser yo castaña me
aclaraba el cabello con agua oxigenada para parecerme a
ellas y que todo el mundo creyera que eramos hermanas.
Soy consciente que estos detalles, que en su momento creí no eran más que tonterías infantiles, ahora sé que simbolizan aspectos muchos más profundos. No dejan de ser dolorosas carencias emocionales en infancias repletas de vulnerabilidades.
"CADA ABUSO QUE EVITAMOS, SON MUCHAS VIDAS QUE SALVAMOS"
Helga F Moreno