"El sentimiento de culpa del superviviente"




La culpa, esa que nos atemoriza, que nos paraliza y nos arrebata nuestra capacidad de defendernos. Esa que siempre está dispuesta a ser el nubarrón negro que se cierne sobre nuestras cabezas cuando queremos enfrentarnos a alguien o a algo, o cuando creemos que podemos empezar a avanzar en nuestra reconstrucción. Aparece la sombra de la culpa acechando para hacernos dudar de nosotros mismos.

A los supervivientes de abusos sexuales en la infancia nos persiguen muchas culpas:
 

por el propio abuso, por si podríamos haberlo evitado o enfrentado al abusador.
por haber sentido amor/cariño por el agresor y/o por los cómplices del abuso.
por guardar algunos recuerdos “buenos” con esas personas.
por no haber hablado antes o simplemente no haber hablado.
por hablar, por romper el silencio sobre los abusos que sufrimos.
por “incomodar” a los demás con este tema.
Por no haber denunciado.
por denunciar.
por haber “roto” la unión familiar.
por ensuciar el nombre del abusador.
por las secuelas y consecuencias que nos han dejado esos abusos.

Es frecuente el solapamiento de la culpa y la vergüenza. En definitiva, la culpa siempre la soporta la víctima cuando, en realidad, estas culpas no son más que el reflejo de nuestra propia indefensión aprendida como víctimas. Son la otra cara del abuso. En este caso ya no sexual sino psicológico al que nos somete el agresor, la sociedad y en muchos casos, muchísimos, la propia (o el resto) de la familia.

Al igual que la culpa es una emoción que implica complejos procesos cognitivos relacionados con uno mismo (Lewis y Haviland, 1993), podemos distinguirlas ambas, culpa y vergüenza, porque en la culpa suele existir una atribución interna que puede experimentarse al margen que los demás conozcan la transgresión de la norma. En la vergüenza, la persona se siente humillada ya que suele suponer la transgresión más o menos pública de la norma. (Reidl Martínez, 2005).

 
"CADA ABUSO QUE EVITAMOS, SON MUCHAS VIDAS QUE SALVAMOS"
 
Helga F Moreno